“Nunca es demasiado tarde para tener una infancia feliz”, la cita es de Tom Robbins. Pocas frases hay tan alentadoras: recuperar nuestra infancia, sanar nuestra vida adulta a través del niño/a que un día fuimos y que aún somos, porque todos llevamos dentro un niño/a pequeñito/a.
Obviamente, no se trata de un niño de carne y hueso sino de esa parte de nuestro “yo” que no ha crecido del todo y que es, precisamente, la fracción más vulnerable y sensible de nuestro yo. Es esa “voz” que nos dice que está asustada o tiene miedo, cuando por ejemplo tenemos que pedir un aumento de sueldo; o que está enfadada, cuando debemos hacer algo que no nos apetece; o que se siente insegura, por ejemplo en las relaciones sociales, personales o de pareja.
La individuación, el proceso de desarrollo de la propia personalidad, está ligada y gira en torno a la identidad singular del yo infantil. Cuando procesamos las experiencias dolorosas de la infancia o cubrimos las necesidades de nuestro niño interior, se produce una creciente individuación, un fortalecimiento de la identidad y de la personalidad.
Es tan sencillo como abrazar a nuestro niño interior desde esa otra parte adulta o fuerte de nuestro yo, tratándole con cariño, hablándole con dulzura, como haríamos con nuestro mejor amigo.
El problema es que, con frecuencia, nuestra parte adulta ha ido borrando a nuestro niño interior, expulsándolo por la presión de crecer y adaptarnos, o enterrándolo a causa del dolor y del tiempo.
La buena noticia es que todos podemos reconocer la voz de nuestro niño interior. ¡La conocemos bien!: Todos hemos sido niños. Si el tiempo te ha desconectado de tu niño/a interior, te proponemos un ejercicio de visualización para volver a reconocerlo:
Cierra los ojos y haz un par de respiraciones profundas. Al inhalar, permite que el aire renueve tu cuerpo y tu mente y, al exhalar, deja que salga todo lo que te sobra y ya no te hace falta.
Vas a visualizar a tu niño/a interior de … años (elige la edad que quieras).
Cuando esté delante de ti, le saludas.
Mira su cara. ¿Cómo se siente? ¿Está contento/a, tranquilo/a, nervioso/a, enfadado/a? Si no captas cómo se siente, pregúntaselo. Pregúntale si necesita algo. Mira si puedes satisfacer su necesidad ahora (en visualización).
Pregúntale qué le apetece hacer: jugar, pintar, pasear, merendar, charlar, patinar, montar en bici… y hazlo durante algunos minutos.
Observa cómo te sientes tú (adulto/a en el presente) y cómo se siente él/ella. Vuelve a preguntarle si necesita algo y trata de satisfacerlo.
Exprésale lo contento/a que estás de haber compartido este rato. Despídete hasta la próxima visualización, diciéndole que puede quedarse jugando o entreteniéndose como prefiera. Exprésale tu afecto antes de separaros con un beso, un abrazo o una caricia (si te lo permite).
Vuelve al lugar físico donde te encuentres y abre los ojos despacio. Continúa con tus actividades.